"SALAMANCA24HORAS rescata del olvido nuevos relatos sobre los
mitos, leyendas e historias prodigiosas de la tradición salmantina.
Desde los albores de los tiempos, el ser humano ha tratado de ofrecer
una coherente explicación a cada uno de los elementos que interfieren en
este planeta llamado Tierra. Sin embargo, no siempre puede encontrar un
motivo racional. Es ahí donde entra el folclore, impregnado de
misticismo y fantasía, historias transmitidas en el serano, a la luz de
la hipnotizadora lumbre
Los fraudulentos futurólogos de hoy eran los zahoríes de
ayer en la búsqueda de tesoros, eso sí, previo pago. También llamados
radioestesistas o buscadores de agua, eran personas que aseguraban
detectar lo oculto o enterrado, no sólo el líquido elemento, sino
también metales y objetos perdidos. Todo ello a través del continuo
movimiento, supuestamente espontáneo, de dispositivos sostenidos por sus
manos. En general, hacían uso habitualmente de una horquilla de árbol,
preferentemente de avellano o sauce, pero también de un péndulo. Debían
sostenerse con las dos manos hasta que su movimiento indicara la
presencia buscada. Esta pseudociencia provocaba curiosas situaciones que
con el tiempo derivaron en mitos transmitidos por vía oral.
Cuenta la leyenda que una vez llegó un forastero hasta lo que hoy es el
término municipal de Zamarra, junto a la Sierra de Gata, con un viejo
pergamino. Había escuchado hablar de un antiguo asentamiento, el castro
de Lerilla, donde se escondía un tesoro que antiguas civilizaciones no
pudieron llevarse a la otra vida. El pergamino contenía un mapa, pero
era indescifrable. Al menos a los ojos de un desconocedor de la zona.
Por eso preguntó por el más avezado rastreador y prometió pagar con una
suculenta bolsa repleta de monedas a quien le ayudara en tan ardua
empresa.
La noticia se expandió de boca en boca cual brisa arrastrada por el dio
Eolo. Esa misma tarde en la taberna se daba cita medio centenar de
pastores para mostrar sus conocimientos acerca de los parajes que los
rodeaban. Sin embargo, de entre todos al forastero le llamó la atención
un viejo harapiento con un extraño palo en forma de y. Jugaba con el
madero como si no le importase lo que acontecía a su alrededor. El
buscador del tesoro se acercó hasta él. Y el zahorí, levantando la
mirada con parsimonia, habló poco pero rotunda: “Yo soy el único que
puede ayudarte a encontrar lo que buscas”. Convencido por la firmeza de
sus palabras, el forastero decidió contratar los servicios del
harapiento.
Al alba, partieron hacia las riberas del Águeda pergamino en mano. El
mapa indicaba que debían dirigirse hacia la desembocadura del arroyo
Badillo sobre el río. Una vez allí, el zahorí prescindió del manuscrito,
sacó su palo y comenzó el ritual. Vociferando ininteligibles fórmulas
entre desacompasados aspavientos, fue avanzando sobre el terreno. De
repente brincaba y corría despavorido. De repente se detenía, oscilando.
Hasta que, sosteniendo con firmeza el palo, indicó un lugar. Era un
antiguo castro, cuyos vestigios aún se mantenían en pie. Allí se
encontraba el tesoro. Así que raudo, sin pensar en nada más, el
forastero se aventuró a cavar. Confiaba ciegamente en la palabra del
harapiento. Cavó, cavó y cavó. Pero la cantidad de tierra esparcida fue
indirectamente proporcional al éxito logrado. Así continuó durante
varias horas. El tiempo pasaba y no había rastro alguno del tesoro.
Fatigado, el forastero decidió salir a la superficie para refrigerarse.
El agujero era profundo, por lo que requirió la ayuda del zahorí. Pero
su solicitud de auxilio no halló respuesta. Insistió en el llamamiento,
pero el resultado fue el mismo. Nada. Sacando las pocas fuerzas que aún
le quedaban, el buscador del tesoro logró salir del hoyo. Tras recuperar
el resuello, no pudo dar crédito a lo que veía. El zahorí ya no estaba.
Todas las pertenencias y el dinero del forastero, tampoco. Y entendió
que había sido engañado, que todo era una burda representación para ser
estafado y robado. Desengañado por lo acontecido, arrojó al pozo el
pergamino que le condujo hasta allí y regresó por donde había venido,
sin que jamás se volviera a saber de su existencia. Sin embargo, hay
quienes aseguran que el mapa era correcto y el tesoro aún aguarda bajo
el castro de Lerilla a ser algún día encontrado".