SOBRE RISING SUN: LAS CONSTELACIONES DE UN RABDOMANTE
Un rabdomante cruza el desierto. En sus
manos, extendidas, sostiene una rama de árbol que apunta hacia el suelo y
que se bifurca justo en la zona donde sus manos la envuelven. La
tensión de los brazos traspasa la piel y se prolonga en las ramas. De
repente, una vibración viene en sentido contrario. Desde la tierra
diríase que ha penetrado una onda en las ramas y, ahora, la siente el
sujeto. Vibración terrestre que el rabdomante ha comprendido: aquí, bajo
esta capa de polvo y piedras, yace un manantial de agua. El zahorí ha
encontrado la fuente.
Esta breve descripción nos muestra el
trabajo de radiestesia. Imagen que me evoca la actividad poética de
Miguel Ángel Galindo. En efecto, en su obra, especialmente en la
constelación formada por Frozen Dove Hotel (2000), La carne & los lirios (2007) y en el poemario que ahora nos ocupa, Rising Sun (2013),
Galindo no ha cesado en la práctica de una búsqueda incesante de
signos, de una constelación de signos que se ha ido abriendo y
transformando, brindándonos los resultados alcanzados como orbes de
originales características. Su obra asume así el riesgo, llevada a los
límites del decir, en una evolución que no admite conformismo alguno.
¿Por qué me evoca la actividad de Miguel Ángel Galindo la tarea de un
zahorí o un rabdomante? Pues porque en su obra encarna la entrega
insubordinada siempre a la búsqueda; no se contenta con los logros
alcanzados, sino que cada poema nos remite a una experiencia nueva, una
indagación o exploración sobre el tejido del lenguaje. Para Galindo la
poesía encarna una visión de lo imposible.
Rescatemos aquella idea que lanza al aire el semiólogo francés Roland Barthes en su primera obra, El grado cero de la escritura (1953),
cuando sostiene que el lenguaje no es inocente, sino que tiene una
memoria segunda que “se prolonga misteriosamente en medio de
significaciones nuevas”, esto es, que perviven los recuerdos de modos
enunciativos y hábitos pretéritos incluso cuando se plantean nuevas
problemáticas del lenguaje literario. El lenguaje, como forma cultural y
socialmente creada y asimilada, lleva en sí un depósito de hallazgos y
de usos, estratos y láminas que se deben a la historia misma de la
lengua. No pocos poetas han prefigurado y representado su actividad
creativa bajo la efigie de Adán. La experiencia poética ansía ofrendar
un instante único, de carácter virginal, mediante la consecución de la
transparencia de los vocablos. El poeta adánico aspira a nombrar las
cosas por primera vez aunque sabe que ya han sido nombradas y que, el
instrumento mismo que usa para nombrar, la lengua, es un sistema de
signos altamente codificado. De ahí que recurra al blanco espacial o al
silencio. Muy al contrario, la poética de Miguel Ángel Galindo queda
definida por una aceptación de la contaminación histórica de la lengua.
No se aspira a generar un vacío y plantar allí las palabras intocadas,
sino a fundar sus poemas desde la memoria de la lengua en un ejercicio
de sincretismo del que hablaremos más adelante.
Algunos zahoríes dan cuenta del
descubrimiento de manantiales afirmando que son capaces de detectar
líneas de flujo o gradientes magnéticos que emanan de la sustancia que
buscan, del agua, por ejemplo. Galindo atraviesa el lenguaje con su
brújula poética y descubre en el choque de las palabras esos gradientes o
líneas de flujo que articulan epifanías. De ahí que aproveche la
riqueza léxica de nuestro idioma para generar esas imágenes, además de
las repercusiones fónicas que puedan gestarse. Imágenes insólitas (como
cuando escribe que “Todos los televisores de la gran cordillera rompen la nube”) que articulan un continuo en muchas ocasiones próximo a las fórmulas y conjuros de un grimorio.
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